
José Ángel Romano Pérez
Un escritor de la legua
“— Son tantas las botellas echadas a navegar, tratando de contar lo que nos sucede, que parecería poco probable que haya tiempo y personas para leer tantos relatos, pero bueno... cuanto menos esto permitirá que le vayamos ganando tierras a los océanos de soledad." (Recopilado en los restos de una novela desaparecida)
A veces, cerrar los ojos es abrir una ventana para que salga el ruido y entre la calma...
Ella era poeta, navegaban versos en sus ojos invitando a naufragar...
Hay días en los cuales los pájaros, al cantar, te prestan sus alas...
Hay poemas que desatan un nudo en la garganta.
Hay palabras que se arrojan al vacío, buscan volverse eco...
Escribo para rasgar la piel del silencio y derribar las murallas que construye el olvido...
En mi escritura refugio aquello que quedó expuesto a la inclemencia del olvido...
Escribí poemas que naufragaron en la tempestad de una lágrima...
A veces, la lluvia trae un rumor de viejos poemas...
Algunos poemas los escribo para romper las trampas del lenguaje...
Algunos soliloquios suelen ser el eco de los poemas que no escribí...
Un día, romperemos el cristal de las pantallas y nos inundará un mar de abrazos...
Son muchas las historias vividas y algunas de ellas caminaron la plaza. Todas habitan en la memoria, suenan a veces como hermoso recuerdo y otras cual herida abierta, pero en cualquiera de los casos dan fiel testimonio de haber andando el camino honrando el intento.
Atrapada en la última nota de una canción se desgarra la piel de un recuerdo y en un lejano banco de plaza una lágrima escribe su adiós en unos ojos de papel.
Si se logra ver la viga en el ojo propio se sufre sin duda un enorme desencanto. Sin embargo, luego se siente un gran alivio ya que esto genera la posibilidad de abandonar la pesada tarea de juzgar al otro.
Suena a naufragio quedarse en la costa, atrapado en las redes, yo prefiero echarme a navegar embarcado en mis novelas, esos frágiles barcos de papel.
Hay días en los cuales un sonido huele a calle mojada, el olor de un perfume suena como una vieja canción, una mirada cuenta en voz baja un secreto y un abrazo tiene sabor a nostalgia. Esos días, la insurrección se vuelve un sentido.
Escribo con la ilusión de estar construyendo puentes que unirán silencios: dándole vida a las palabras.
Tengo escrito un poema viajero que siempre me invita a seguirle el vuelo.
Cultivar vínculos es una hermosa labranza que se degrada si solo se busca la cosecha.
A veces la nostalgia es un sutil río que acompaña nuestro curso junto al cordón de una vereda.
En estos tiempos, intentar escribir algo desde el absurdo se asemeja mucho más a un simple acto de observación que a un esfuerzo creativo.
La vida parece una sucesión de preguntas que nos empecinamos en responder, y tal vez de eso se trate vivir: de empecinarse.
Conocí una vez a un poeta que embarcaba sus poemas en botellas que arrojaba al mar, aunque sabía que nunca llegarían a destino, decía que de esa manera le ganaba terrenos a los océanos de soledad.
A veces nos convertimos en nuestro propio laberinto.
Cobijado por un tibio rayo del sol andaré como el río hasta perderme en el recodo donde el amanecer me volverá recuerdo.
Siempre hay un rayo de luz que ilumina las tinieblas y hace pensar que alcanzará con el largo de la mirada para acercar el horizonte.
A veces, tan sólo a veces, estiro con firmeza mi teclado y disparo un poema que da en el centro exacto de un recuerdo, liberando anhelos sitiados por el miedo.
Estoy convencido de que si busco en la profundidad del silencio siempre encontraré unos versos que no se atrevieron a ser poema.
A veces un poema es la voz en grito de la urgencia y se vuelve rebelde canción que resiste a la indiferencia del silencio.
Después de tanto andar me sigo preguntando si estoy llegando al final o al principio, si en verdad esto tiene alguna importancia, o si lo único que importa es el hecho de caminar”.
En algunos días de llovizna, cuando las agujas de mi reloj se ponen en espejo, me pregunto por donde me va pasar a buscar la parca y me respondo que por algún viejo bodegón, después que haya yo vaciado la copa.
A veces, la llovizna empapa de poesía las hojas no escritas y borronea sobre ellas unas alas que sublimarán la tristeza.
Algunas veces la lluvia me trae el rumor de una tarde lejana donde la promesa cercana era el banco de una plaza en el que atábamos nuestros sueños a una bandada de gorriones.
Una vez tuve un reloj que marcaba insomnios, durante los mismos escribí un libro cuyas hojas se marchitaron porque cuentan la historia de una historia que no sucedió.
Serán las palabras con pertrecho de poesía las que se sumergirán en el dolor para rescatar a la esperanza.
A veces me da por pensar que debiera haber sido más convencional, pero repaso los caminos andados, los que ahora ando... los que seguramente andaré, y se me pasa enseguida.
En un atardecer azul soñé con Unicornios, bailaban en la plaza una danza rebelde y dibujaban en mi piel una sonrisa nueva.
Prefiero la víspera a la antesala.
La amigable sombra de un árbol a orillas de un cauce nuevo resulta paisajes imprescindible para el caminante que viaja portando ancestro de río.
Casi siempre el teclado es privilegiado espectador del lenguaje en el que la palabra no se constituye.
La rebeldía es el salvoconducto que abre el camino hacia la ilusión... la rebelión es esperanza, la poesía un arma y el amor la victoria...
Si solo acometo lo posible me pierdo la esperanza de alcanzar lo imposible.
Es dolorosamente aplastante el peso de la levedad.
La rebeldía es la esperanza en acción.
A menudo, la mejor prescripción es... tomar decisiones.
Siempre voy a preferir la lluvia a la llovizna.
Somos ríos que, en nuestro discurrir, un día descubrimos que no nos es posible besar dos veces la misma orilla.
A veces, con la tibieza del sol es suficiente.
En ciertos climas, lo que mata es la hipocresía.
Posponer el anhelo acorta la vida...
En la medida que uno logre mantenerse cerca del calor que irradia lo vital, el invierno no se volverá primavera pero sin duda será menos crudo.
Autocompadecerse es más cómodo que atreverse...
Una palabra olvidada sale del vientre de un sueño roto y canta el vagido de ilusiones nuevas.
Siento que escribir es, en ciertas ocasiones, una manera de ocultamos entre las líneas, pretendiendo huir del recuerdo de aquello que no nos atrevimos a vivir.
Aceptando que la felicidad es un hecho aislado, la alegría debería ser un gesto constante.
En ocasiones, un tumulto de anhelos sucumbe en un grito ahogado: tal vez sea prudencia, quizás cobardía .
Aunque nos acostumbramos a dar vuelta páginas, muchas veces, al trasluz de la nostalgia, sus mejores renglones se espejan en las siguientes.
Reconocerse en un oficio es reconocerse.
La posibilidad de dar vuelta la página redime siempre al intento.
Hay estados de ánimo a los que es imprescindible hacerles la revolución y derrocarlos.
Hay recuerdos que sobreviven en la palabra silenciada en una lágrima.
La rebeldía es el salvoconducto que abre el camino hacia la ilusión.
De tanto en tanto, la lluvia fecunda un poema que refleja sus versos en el fulgor de una lágrima.
Habitar las palabras deshabita el silencio, poblándolo de voces que convocan a habitar la esperanza.
En esas ocasiones en las cuales el estado de ánimo se vuelve laberinto, el teclado es una luz que alumbra las palabras que señalan la salida.
Muchas veces somos como el frágil vuelo de una hoja que al alejarse de la rama acompaña su incierto viaje con el recuerdo del perfume de la flor.
Dame el apoyo de un viaje y moveré mi mundo interior.
A veces es el momento de subirse a un paisaje y desplegar las alas para que las palabras emprendan el vuelo al son de los cuatro vientos.
Reconocer los límites no implica delimitar el intento.
A veces, la palabra naufraga en la lágrima hasta que la rescata un poema.
Muchas veces el silencio es el rictus de un deseo que no se atrevió a convertirse en poema.
A veces, la llovizna empapa de poesía las hojas no escritas y borronea sobre ellas unas alas que sublimarán la tristeza.
A veces el laberinto es el lugar donde naufraga el teclado.
En esas ocasiones en las que el naufragio se vuelve estado de ánimo, echar un poema al mar alimenta la esperanza.
Viajar oxigena las ganas.
La víspera es probablemente el mejor estado de ánimo.
A buen entendedor pocos silencios.
En ciertas ocasiones, ahorrar palabras es una mezquina economía.
La vida es un inventario de futuros compuestos que, si los conjugamos bien, nos llevarán a presentes perfectos del indicativo en los cuales podremos decir: — He vivido.
La más grande manera de dilapidar el dinero es no gastarlo.
La libertad es una materia prima que hay que trabajar delicada y artesanalmente hasta que se ajuste a nuestro ser.
La equidistancia suele convertirse en la más insalvable de las distancias.
Eso que te molesta de un otro seguramente es... eso que te molesta de un otro.
Sin carga de afecto no hay trayecto.
Escribir es algunas veces una forma de exiliarse.
Si tuviera que elegir entre todos los oficios posibles sin duda me quedaría con el de constructor de recuerdos.
En algunas ocasiones, escribir es la única manera de romper el silencio, algo así como proferir un grito de esperanza en medio del desaliento.
A veces sospecho que escribo con la fantasiosa idea de engañar a la vida.
Los sueños son un buen camino, y soñar una buena manera de caminar...
Probablemente ahorrar tiempo sea el mayor de los despilfarros y perderlo la mejor de las inversiones.
De todas las partes de una oración, entendiendo a la vida como un relato, hace ya mucho que yo elegí el verbo, y sigo conjugándome...
Probablemente la cordura sea el estado de ánimo menos aconsejable: sin locuras, la vida podría parecerse a una interminable sucesión de horas muertas...
A veces, escribir es un artilugio para cambiar el curso de alguna lágrima.
Resulta esperanzador tratar de construir una nueva ilusión con los fragmentos de cada decepción.
A veces, el poema es un ave que regresa.
Correr los límites agranda la ilusión.
Hay poemas que sobreviven a las cenizas para encender nuevos fuegos.
Los sueños están casi siempre tan cerca como lo está la decisión de salir a por ellos.
A veces, el poema es la sonrisa arrancada a una mirada furtiva.
A veces, el poema no cabe en un abrazo.
A veces, el poema juega en la sonrisa de un niño.
A veces, el poema disipa las sombras que enturbian la mirada.
A veces, el poema es el verso que falta.
Aceptando que la felicidad sea un hecho aislado la alegría debería ser un gesto constante.
Muchas veces, el poema es un gesto de la melancolía.
Es preferible naufragar en el viaje hacia los anhelos antes que sentarse a la orilla de la existencia viendo pasar el curso de las horas.
Hay poemas que desatan un nudo en la garganta.
En ocasiones, el laberinto se constituye en domicilio.
Estremece al poema el frío viento del olvido.
A veces, el poema es un tablero en el aire.
A veces, el poema es la medida de un silencio.
A veces me refugio dentro de un poema: restaurando sueños averiados.
Muchas veces, el soliloquio es el eco de poemas pendientes.
Aprender a leer las líneas ausentes es una tarea que lleva tiempo, pero por sobre todo requiere el esfuerzo de pensar en el otro.