Extravío (micro teatro)

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Hombre mayor: —Hola, ¿Acá es el lugar para denunciar un extravío?
Mujer joven: —Buenas tardes, señor, sí: ¿qué se le perdió?
Hombre mayor: —Un recuerdo.
Mujer joven: — ¿¡Cómo dice!?
Hombre mayor: —Que se me extravió un recuerdo.
Mujer joven: -—No le entiendo, señor. Aquí se denuncia el extravío de equipaje perdido.
Hombre mayor: —Si, ya lo sé.
Mujer joven: —¿Recuerdo es una marca de valija?
Hombre mayor: —No lo sé, puede ser. Pero ¿va a tomar mi solicitud?
Mujer joven: —Disculpe, no lo entiendo, me parece que se equivocó de lugar.
Hombre mayor: -—En eso tal vez tenga razón, siempre fui propenso a equivocarme de lugar… o a no estar en los lugares que tenía que estar. Ahora, dígame, ¿me va a ayudar?
Mujer joven: —Si usted extravió algún equipaje si, con todo gusto.
Hombre mayor: —¿Usted no cree que los recuerdos son el equipaje del alma?
Mujer joven: —Ehh... Si… puede ser…
Hombre mayor: —Entonces por qué no atiende mi búsqueda.
Mujer joven: —Porque acá se denuncia otro tipo de equipaje, el que se lleva en los viajes.
Hombre mayor: —¿Usted no cree que la vida es un viaje, un vuelo que tiene un punto de partida y uno final?
Mujer joven: —No sé, puede ser, pero eso no tiene nada que ver con mi trabajo, le insisto, me parece que se equivocó de lugar.
Hombre mayor: —Veo que es insistente usted. Eso me da esperanzas de que pueda ayudarme a recuperar mi recuerdo.
Mujer joven: —No señor, no puedo ayudarlo. Tengo trabajo que hacer.
Hombre mayor: —Pero si acá no hay nadie más que atender, estoy solo yo.
Mujer joven: —Tengo que trabajar en los reclamos de otros pasajeros, sobre todo los que están en tránsito.
Hombre mayor: —Todos somos pasajeros en tránsito... Dígame, ¿usted no tiene recuerdos?
Mujer joven: —Sí, claro.
Hombre mayor: —¿Y no tiene algún recuerdo que quiere mucho, más que a otros?
Mujer joven: — Sí… puede ser, pero…
Hombre mayor: — Y si de repente descubre que ese recuerdo se le perdió, ¿qué haría usted?
Mujer joven: — Los recuerdos no se pierden, cuanto mucho se olvidan.
Hombre mayor: — ¿Y olvidarlos no es una forma de perderlos?
Mujer joven: —Me encantaría poder ayudarlo, pero creo que no está a mi alcance.
Hombre mayor: —Cuénteme de ese recuerdo que quiere mucho, a lo mejor con eso me ayuda.
Mujer joven: —No creo que mi recuerdo lo ayude.
Hombre mayor: —¿Usted no escuchó alguna vez que para encontrar algo que se perdió uno debe comenzar a buscar en el lugar donde lo vio por última vez?
Mujer joven: —Sí, puede ser, igual no creo que eso aplique para los recuerdos.
Hombre mayor: —Quien sabe, usted tiene ojos de buena persona y dijo que le gustaría ayudarme, por qué no prueba y me cuenta su recuerdo.
Mujer joven: —No sé señor… no lo conozco, y estoy trabajando… ¿Cómo son los ojos de las buenas personas?
Hombre mayor: —Así, como los suyos, que miran y ven.
Mujer joven: ——Ah…
Hombre mayor: —¿Me cuenta su recuerdo entonces?
Mujer joven: (después de mirarlo un momento) Me acuerdo de que estaba en la esquina de la plaza terriblemente ansiosa esperándolo a Jorge. Era nuestro segundo encuentro. Le había comprado de regalo un libro de poemas. Cuando lo vi venir sentí algo que nunca más volví a sentir. El sol, los árboles, el cielo, todo parecía pintado para mí.
Hombre mayor: —¿Jorge es su pareja?
Mujer joven: —Era.
Hombre mayor: —¿Los poemas eran de André Bretón?
Mujer joven: —¡Sí! ¿Cómo lo sabe?
Hombre mayor: —No lo sé, solo se me ocurrió ese nombre.
Mujer joven: —Que casualidad.
Hombre mayor: —¿Él se los leía?
Mujer joven: —Si, en cada encuentro, mientras él leía yo lo miraba, me encantaba verlo leyéndolos.
Hombre mayor: —A mí me encanta Bretón, tengo varias obras de él, por eso se me ocurrió.
Mujer joven: —Jorge también tenía libros de Bretón.
Hombre mayor: —Otra casualidad.
Mujer joven: — A veces me gusta ir con Andrés a esa plaza del recuerdo.
Hombre mayor: —¿Andrés es su hijo?
Mujer joven: —Sí, tiene tres años, ¿cómo lo supo?
Hombre mayor: —Se me ocurrió.
Mujer joven: —Nos sentamos siempre en el mismo banco, frente al neuropsiquiátrico.
Hombre mayor: —Bretón investigó sobre la locura.
Mujer joven: —Jorge hablaba de eso.
Hombre mayor: —Bretón hablaba de una realidad superior a la que era posible acceder poniendo en contacto a dos mundos.
Mujer joven: —Jorge también hablaba de eso, decía que se lo había enseñado su papá.
Hombre mayor: —Se ve que Jorge le hablaba de sus recuerdos.
Mujer joven: —Sí. Hasta que se enfermó.
Hombre mayor: —¿Murió?
Mujer joven: —No, peor.
Hombre mayor: —Ah, entonces a lo mejor a usted le haría bien hablar con él sobre sus recuerdos.
Mujer joven: —Hace mucho que no lo visito.
Hombre mayor: —Por eso.
Mujer joven: —Pienso que tendría que ir a verlo, con Andrés.
Hombre mayor: —¿Y por qué no va?
Mujer joven: —Me da miedo, por Andrés… no sé cómo contarle… bueno… también por mí.
Hombre mayor: —¿Dígame, le genera remordimiento no ir?
Mujer joven: —Sí, mucho. Ahora que le cuento esto siento que tengo que juntar coraje para ir, no puedo postergarlo más… ¡Pero!, ¿¡qué hago contándole mi vida a un extraño, como llegamos a este punto!?
Hombre mayor: —Usted me está ayudando con mi extravío, porque como le dije, tiene ojos de buena persona.
Mujer joven: —Muchas gracias. Pero creo que en realidad no lo ayudé en absoluto.
Hombre mayor: —No se crea.
Mujer joven: —¿¡Quién es usted!?
Hombre mayor: —Un hombre que llegó hasta acá por un extravío. Le agradezco su generosidad, dele un beso al pequeño Andrés, por favor, y también a Jorge (se da vuelta y se marcha lentamente)
Mujer joven: (mirándolo irse) —Adiós, señor… Les daré su beso… Gracias a usted…
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